En este remanso que son sus caderas,
lanzo piedras a deshoras
para tenerla entretenida.
En este nicho de sexo en bolas,
barnizo sus pechos,
su pubis y su tórax.
En esta fragua de deseos desbocados
en la dulce intimidad de su espalda,
escribo con mis manos,
caricia a caricia,
los "tequieros" caprichosos
que callamos.
Y confesarle al dios de sus pupilas,
los pecados necesarios
para entrar en el cielo de su boca.
Escupirle al viento
las horas sin ti.
Acometer a sus manos
con caricias.
Admirar el efluvio
de su sonrisa.
Condenar en botellas
los destinos.
Brindar por los sueños
rotos.
Y despertar a los vecinos
con la dulce intervención
de sus gemidos.
Que bueno, es una gran corrida.
ResponderEliminar